Si los deportistas escriben con letras de oro grandes historias en los Juegos Olímpicos, en los Juegos Paralímpicos se fusionan trazos de esfuerzo, resilencia, sacrificio, empeño, dolor… para transformarlos en una hazaña y convertir al deportista en leyenda. Uno de estos casos es el de Teresa Perales.
Bautizada como ‘la sirenita del Ebro’, la nadadora española acudió a la cita de París, sus séptimos Juegos con sensaciones diferentes. La enfermedad que la mantiene en silla de ruedas desde los 19 años se agravó después de los Juegos de Tokyo y alejaba el sueño de igualar la marca de 28 medallas que ostenta el nadador americano Michael Phels.
Con este hándicap acudió al Defense Arena, después de pleitear su participación en la categoría S2, en las que las nadadoras sólo emplean un brazo para avanzar. Teresa había sido operada de un hombro después de su última recaída y se había visto obligada a disputar y adaptarse a esta nueva modalidad. Llegó a la final de su prueba los 50 metros espalda con el sexto mejor tiempo.
Su situación no invitaba al optimismo. Pocos contaban con una nueva medalla. Sin embargo, Teresa se tiró a la piscina para iniciar la carrera más complicada de su vida. Concentración máxima. Adrenalina a tope. Más de trece mil personas jaleando a los participantes. Un cóctel asombroso para pelear contra el agua, contra la discapacidad y contra las rivales. Teresa fue la tercera en tocar el panel de llegada. Increíble pero cierto. Ya tenía su medalla número 28 e igualaba a Michael Phels. Teresa Perales ya es leyenda y una de las deportistas históricas de nuestro país.